domingo, 1 de febrero de 2009

LARGA VIDA A LOS SABIOS


Su rostro tiene la textura de un pergamino antiguo y sobre él el pincel del tiempo ha dibujado líneas con pulso firme y mano maestra. no asentó nunca en este sobrio pergamino la tinta de mala calidad, la que viene ya viciada por la carga de veneno que la vida instila a veces en ella. Tampoco cuajó en este rostro de pergamino la tinta roja de la ira que tan pronto marcó en otros señales indelebles y que aquí no dejó siquiera leves manchas rosadas.
la superficie se hizo impermeable a la tinta cuyos trazos pretendieron inútilmente dibujar la expresión de un ceño fruncido, o la sonrisa invertida en esas expresiones que delatan en algunos rostros la rabia y la frustración. En cambio tomaron cuerpo al instante y se quedaron para siempre las líneas semicirculares sobre la mirada que expresaban asombro y curiosidad. Y el tiempo talló también sobre la frente moldeable arrugas ondulantes, que se fueron amontonando sobre su piel como los anillos de un tronco añoso y que fueron surgiendo en un proceso lento coronando etapas de reflexión profunda y de sabia evolución. También quedó estampada de por vida la sonrisa perenne de la cortesía y la amabilidad, una sonrisa leve pero genuina.

José Luis Sampedro tiene noventa y dos años y un rostro de anciano en el que la sonrisa desdentada y la mirada curiosa conservan aún mucho del niño que una vez fue hace ya casi un siglo. Vivió casi integramente el siglo más violento de la historia y sin embargo mantiene siempre su aire de ingenuidad y un discurso alejado de todo dogmatismo y de cualquier indicio de sarcasmo o falsedad. En su lucidez asombrosa no asoma siquiera el más leve rencor, la menor muestra de egoísmo personal, y tampoco hay atisbo de la desesperanza que sería legítima en quien ha vivido largas épocas en las que prevalecieron el miedo y la violencia.

Sampedro es uno de esos escasos hombres de talento excepcional que son capaces de enseñar economía en la universidad y al mismo tiempo escribir novelas maravillosas de una sensibilidad exquisita. Un humanista al que merece la pena escuchar siempre atentamente.
A pesar de su edad persevera en sus ideas con un empeño asombroso y una carga impresionante de raciocinio y pasión. su generosidad es tal que trabaja todos los días por difundir una ética que sin duda nos haría mejores aún sabiendo que él está llegando ya al final de su tiempo. Habla con la claridad y el estilo sencillo de quienes en su humildad se dirijen a todos aquellos que quieran escucharlo. Desconoce el lenguaje enrevesado y las galas retóricas y está incapacitado por su naturaleza para hacer uso de la demagogia. Los hombres sabios como él son austeros en su estilo de vida y necesitan muy poco para vivir razonablemente felices. José L. Sampedro dice más cosas interesantes en diez minutos de entrevista que un político en toda su carrera. Es un ejemplo valiosísimo que se opone radicalmente al de aquellos otros que vivieron tanto o más que él y apenas aprendieron nada.