sábado, 24 de enero de 2009

JOSÉ MARÍA Y GEORGE. Final


La reunión para tratar los asuntos formales que se habían acordado previamente tuvo lugar en la sala Lincoln. Mientras Bush tenía palabras de agradecimiento para el apoyo que España había mostrado a su guerra contra el terrorismo, y le pedía al presidente español que usara su influencia en Latinoamérica José María le miraba con un semblante que pretendía ser reflexivo pero sus ojos sonreían mostrando un brillo chispeante de felicidad y gratitud.
¡Cuán injusto era el sentir popular en España contra el presidente americano!pensó Aznar, ¡cuán primario y aldeano era el antiamericanismo rampante que el veneno de la progresía había alentado siempre en su país!. Estados Unidos era el brazo armado de la democracia en el mundo Y Europa era como un delicado reloj de finísima y preciosa maquinaria que carecía de una caja de acero y corría el peligro de romperse al primer golpe.
La conversación transcurría entre guiños continuos de complicidad y concordancia de pareceres. Y el presidente Aznar encontró razonable y hasta comedido todo aquello que Bush le solicitaba. Claro que sí, pensó, España apoyará sin reservas la política americana en su lucha contra el terrorismo y la barbarie fundamentalista, es lo menos que podemos hacer. El presidente americano es un hombre generoso con sus amigos y creo que dará a España un lugar de privilegio
entre sus aliados, un lugar al fin en el patio de butacas del concierto internacional, en la primera fila y no en el gallinero ni en palcos distantes.
George tenía las virtudes representativas de la nación de Washington; pese a haber sido siempre un hombre rico era muy llano en su trato con los demás, su franqueza era evidente y no utilizaba un lenguaje artificioso de alta política, era todo gratitud y lealtad hacia quien le otorgaba su amistad y tenía un sentido del humor espontáneo y saludable. En definitiva un líder que se oponía al estilo de esos otros envarados y pomposos que predominan en Europa. Además ahora que lo contemplaba tan de cerca descubrió algo en lo que asombrosamente no había reparado antes; el presidente número 43 de Estados Unidos era clavadito a Paul Newman.

Cuando tras más de dos horas de reunión se levantaron de sus sillas y se estrecharon de nuevo las manos José María era el hombre más feliz del mundo. Había nacido allí una hermosa amistad entre dos líderes que se habían conjurado para luchar contra los enemigos de la democracia. Estaba claro que George le trataba ya con una familiaridad que sólo se concede a los amigos y a las personas más cercanas. Bush era su amigo y él sabría corresponder a esa amistad que significaba también el hermanamiento entre dos grandes naciones.

Abandonaron la sala y el edificio e iniciaron un lento paseo hacia el lugar en el que aguardaban los periodistas a los que premiarían su espera con unas breves palabras. Hacía un día muy agradable en el que un sol tibio acariciaba la piel y el Jackeline Kennedy Garden era un lugar armonioso con esas flores en macizos de un azul nebuloso o esas otras que formaban bandas flamígeras de rojo pasión. Contemplaron el jardín mientras caminaban entre las pilastras jónicas de la columnata oriental e intercambiaron miradas y sonrisas y José María deseó que aquel paseo no terminase nunca. Pero el paseo terminó y llegaron hasta el lugar en el que se habían situado sus estrados ante la prensa. Aznar detúvo su mirada en el grupo de periodistas que desataban una tormenta de flashes y los miró con desprecio porque esa gente tenía la facultad de arrasar con los momentos mágicos. Comprobó entonces con horror que la mayoría eran españoles, una bandada ruidosa de periodistas que no sabían comportarse y que lo avergonzarían ante George con su actitud insolente y desordenada. Pero sonrió al pensar que eran ellos también quienes darían fe ante el mundo de aquella gloriosa visita al Olimpo del poder mundial y de su recién adquirida condición de amigo de Zeus. Cuando tras unas palabras dieron paso a las preguntas y un periodista suscitó una primera cuestión ante el presidente español, este detúvo su mirada sonriente en Bush, ajeno a todo lo demás, y se preguntó cuales eran sus sentimientos hacia aquel hombre y descubrió algo en su interior que ya había presentido de forma inconsciente: Amaba a George Bush.

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