miércoles, 21 de enero de 2009

JOSÉ MARÍA Y GEORGE. 2ª parte


Cuando José María salió del coche su corazón latía a un ritmo vertiginoso, y tuvo miedo de que sus piernas le fallasen. Comenzó a subir los peldaños de la escalinata poniendo mucha atención para no tropezar y no dar así un aire cómico a lo que quería que fuese un momento provisto de una cierta solemnidad. El encuentro con George se produjo por fin y este le estrechó la mano con fuerza mientras le palmeaba la espalda, gesto que Aznar se apresuró a repetir sobre el hombro de su anfitrión. Intercambiaron entonces unas primeras frases acerca del día tan espléndido que había amanecido y Bush preguntó a su interlocutor si todo había transcurrido con normalidad desde su llegada a Estados Unidos, Aznar declaró, ayudándose del intérprete, haber sido tratado con la mayor deferencia por todos cuantos le habían atendido desde su llegada.
El presidente español pensó entonces que era el momento adecuado para colocarle a Bush un primer bloque de los párrafos de agradecimiento que había preparado y concentrándose cuanto pudo recitó sus frases en el mejor inglés americano del que fue capaz tras lo cual Bush arrastró unas sílabas en castellano y brindó un "gracias amigo" cosecha de su manual de español urgente para el electorado hispano.
A continuación Bush hizo unos comentarios jocosos o así lo parecieron pues reía abiertamente y Aznar, que no había entendido la traducción, no quiso preguntar que había dicho su amigo por no romper la espontaneidad del momento así que fingiendo haber captado la gracia del chiste rompió en una carcajada estrepitosa a todas luces exagerada y producto sin duda de la acumulación de tanto estrés. Mientras reía Bush lo observaba con un cierto aire de sorpresa pues no creía haber dicho nada tan gracioso para merecer aquellas risas eufóricas. El caso es que las sonoras carcajadas y el ambiente cálido y distendido en el que fue recibido ayudaron a que los temores producto de sus nervios se esfumaran y Aznar comenzó a sentirse al fin cómodo y relajado.

Empezó entonces a disfrutar de la visita, especialmente cuando accedió al interior de aquel imponente edificio neoclásico y George le guió entre magníficos pasillos que herían la vista por su blancura hacia estancias que recreaban cada una de ellas distintas sensibilidades entre las que se alternaba el gusto por el estilo imperio francés, Luis XVI o el propio de la era victoriana con otros más actuales en los que primaban unos interiores más acordes al espíritu americano y a su amor por el confort y las maderas nobles. Todo allí era valiosísimo; las pinturas, el mobiliario, las lámparas y cortinas, los tapices y las hermosas figuras escultóricas que representaban escenas costumbristas de la vida en el oeste americano o bustos que recogían al detalle la fisonomía de los padres fundadores de la nación.
Para entonces Aznar ya estaba rendido a aquel templo de la democracia y pensó que era estupendo que los destinos del mundo actual estuvieran regidos desde un lugar que se revestía de un gusto tan exquisito.

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