jueves, 13 de noviembre de 2008

HA NACIDO UN MITO




Aún no ha gobernado un sólo día y ya es un mito. No hace ni un año desde que la mayoría supimos quien era y qué pretendía. Desde entonces el hombre y su leyenda se han abierto camino a través del solar inmenso de la nación americana como el arado que abre los surcos de una tierra esponjosa y preparada ya de antemano. Su estampa parece la de un profeta bíblico, hablando sobre un promontorio a una multitud de nuevos creyentes. A una muchedumbre entusiasmada, segura de haber encontrado al hombre nuevo al líder, ahora sí, santificado en la verdad y ungido para guiar al pueblo.

Los creadores de mitos lo han tenido fácil con él. Un hombre de franca sonrisa africana. gestualidad elegante, un hombre flaco, sometido siempre a una actividad febril, nada que ver con esos líderes que engordan en el cómodo sillón mientras dirigen el mundo a través del teléfono. Un hombre de voz grave y distinguida. Así sí se puede forjar un mito, y luego venderlo con la garantía de obtener una ganancia colosal.
Su rostro quedará bien cuando aparezca pintado en las paredes de las calles en los barrios humildes junto a los de Luther King y Mandela. Todos con esa sonrisa del hombre negro que parece siempre una espontánea mezcla de verdad e ingenuidad. Nunca nadie pintó el rostro de George Bush en las paredes si no era para a continuación hacer escarnio de él y ridiculizarlo con unos cuernos demoníacos y una barba de chivo.

la efigie de Obama quedará bien en las camisetas, compitiendo con las del Che un mito ya exangüe, consumido por el exceso. Nadie en su sano juicio hubiera llevado una camiseta con la cara de Richard Nixon, aquel presidente de mirada huidiza y sonrisa falsa de resentido.
La figura de Obama quedará bien en pósters, en las cubiertas de los libros, en el fondo de escritorio del ordenador, incluso en llaveros o en figuras de chocolate en las pastelerías. Nadie hubiera comprado un bombón con la cara de McCain, un hombre viejo y de piel lechosa.
Muchos querrán tener una taza con la cara de Obama o una figura con luz para poner en la mesita de noche. Nadie nunca quiso poner a Ronald Reagan en la mesita de noche, porque esos viejos republicanos les inspiraban respeto y hasta admiración, pero nunca entusiasmo.
El entusiasmo que sí despertaron hombres como Kennedy . El tipo de hombres que hace tan felices a los creadores de mitos.

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